ENERO 2019
Todas las mañanas, de camino al trabajo solía conducir en silencio. Ya no. Ahora escucho música, pero música que conozco. Esa parte es importante. Que sea música que conozco. Es una selección diversa pero cuidadosamente acatada. Cada pieza es una parte representativa de alguna memoria, o alguna parte de mi psiquis que me gusta resaltar. Hago lo mismo todas las tardes. Algunas veces escucho boleros de los 90 que me recuerden mi infancia, otros días recuerdo rock progresivo que me recuerda a un desarrollo independiente, otros días escucho musicales de broadway que resalten mi amor por la presencia escenica; siempre depende de esa parte de mi que quiera reforzar esa mañana. Es mas, no, depende de la parte de mí que necesite reforzar esa mañana ( o tarde).
Esta práctica se ha vuelto un ritual importante. Voy entrando a la segunda semana del mi nuevo empleo y ya me veo experimentando un tipo de proyección astral. Me veo, desligandome de ese yo, es en esa oficina, con chaqueta e inglés perfecto. Me desligo de esta personalidad, este alter tan ajeno a mí. Esta despersonalización, la siento inmiscullirse desde mi pecho, lentamente metastizandose sobre mi rostro mientras redacto los reportes del presupuesto del próximo mes.
Las personas que conozco, son de las personas mas conocedoras y brillantes con quien me puedo relacionas. Son excelente mentores, maestros, directores, tiene un grado de conocimiento técnico del cual me abasto en aprender. Pero alli estoy, ajena, soy la otredad enmascarada. Alienígena. Impostora.
Impostora como un síndrome de despersonalización y proyección astral. Estoy flotando sobre mi cabeza mientras me observo estudiando los tecnicismos de la industria. Me deslizo hacia la esquina, porque el ventilador del aire está justo encima de mi. Hace frío. Arnold me comenta : «It’s cold in here isn’t it?» Le comento que si, si hace frío. Arnold es de Minnesota, y el tiene frío en nuestra oficina. Intento abrigarme con la chaqueta gris. Hace tiempo que no escribo, no recuerdo la última vez que sentí ese punzón inconfundible del corazón cuando necesita esa desfibrilación única que provee la escritura. Pero aquí, no soy yo, soy una proyección. Las proyecciones no hablan, no escriben. Las proyecciones solo observan, solo flotan. Encierro mis ansiedades existenciales en una caja de pandora. Las ansiedades son incestuosas, hermanas y enemigas se juntan para multiplicarse, pero eso interrumpe mi trabajo.
Mi trabajo… No reconozco mi trabajo. No me reconozco. No me recuerdo. Soy fantasma en potencial, traspasando las frías paredes del mundo federal corporativo, entre laberintos de pólizas y burocracia, veo mi yo corporal emocionarse ante la llegada de un nuevo monitor y un teclado wireless. El teclado es muy ergonómico, el monitor es ajustable, mi cuerpo se deleita, el yo desligado se confunde.
Me pregunto cuando volveré dentro de mí intercambiando la insistencia de la retrospección de mis debilidades por la perspicacia de mis fortalezas. Cuando tejeré mi espiritu con este nuevo acumen, en consolidación con mis sueños de liderazgo sin sentir que traiciono la calidez de mi espiritu. Sin sentirme foránea en un mundo frío. Sin sentirme enmascarada.
Sin embargo, es precismante por esto que todas las mañanas y todas las tardes escucho mi música. Me recuerdo en cada letra, canto con energía, con calor.
Vuelvo a ser yo.
El arte me consolida.
ENERO 2020
Ya no necesito musica para recordar-me ( aunque aun mantengo mi rutina de concierto matutino). Hace mucho tiempo aprendi de Borges que el verdadero arte se esconde en lo cotidiano. Subvertir la vision rutinaria, y someterla a la maravilla.
Todavia queda demasiado por descubrir.